Hasta el momento, todas las globalizaciones aspiraban al modelo de 1492 en las Américas. Se trata del ‘intercambio colombino’ (A. Crosby): dos civilizaciones distintas obtienen beneficios mutuos (cacao y pavos para los españoles, café y caballos para los americanos) que compensarían el riesgo de epidemias (sífilis y polio para los españoles, difteria y sarampión para los americanos). En la fase actual de la globalización, el beneficio del intercambio es muy dudoso para África o Hispanoamérica (agotan sus materias primas y recursos humanos, solo se enriquecen sus élites…). Y para Occidente el resultado es completamente negativo (se marcha la industria, se vacía el campo, se desintegra la clase media, crece la desigualdad en el país a mayor ritmo de lo que se reduce en el mundo…). Pero además ha aumentado para todos el riesgo de pandemias (cada vez mayor injerencia ecológica, más densidad urbana, masificación del turismo, explotación intensiva avícola-cárnica, creciente generación de flujos humanos…). Así, el pacto con el que se nos vendió la globalización queda hoy tan roto como el contrato social desde la crisis de 2008.
La geopolítica tras el coronavirus
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