El 23 de mayo pasado, Angela Merkel participó en un acto político y elogió a los militantes por ser una “voz inquebrantable de la democracia” y por “su inestimable servicio al país”. Se refería a su mayor contrincante electoral, el SPD, que celebraba su sesquicentenario. Cuesta imaginar en España una escena de cortesía institucional similar, al margen de felicitar al ganador de unas elecciones y mostrar respeto por un rival cuando fallece.
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