La madre de todos los mensajes de las manifestaciones del pasado 2 de marzo [1] fue la afirmación de la vida contra la muerte. Una afirmación con tres nombres: dignidad, democracia y patriotismo. Y una canción [2], donde cupo todo el país, excepto el gobierno. Sintiendo un peligro y una amenaza viscerales, los portugueses se niegan a dejar de gustar de sí mismos y de su país. Viven un momento de intensa inteligencia intuitiva más allá de lo que afirman los discursos y las representaciones oficiales. Se niegan a aceptar que una vida honesta hecha de mucho trabajo y estudio pueda ser calificada de perezosa, liviana y aventurera, que los impuestos y descuentos pagados durante toda la vida hayan sido en vano, que quien menos pagó sea quien está más protegido en un momento de dificultad colectiva.
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